
CORRER Y PASEAR
"El que come, escapa” decían en España durante los años del hambre, pero en estos tiempos me parece más apropiado: “El que corre, escapa”. No creo necesario extenderme aquí sobre su acción positiva en el sistema cardiovascular, aparato respiratorio, músculos, huesos, sistema nervioso y demás beneficios físicos y psíquicos; tan solo quiero decir a los que no lo saben y recordar a los que sí, las gratas sensaciones de relajación y de optimismo que se tienen después de haber corrido varios kilómetros.
Lo he hecho, con mesura, durante muchos años, dos o tres veces por semana, preferiblemente en parques, carreteras secundarias entre robles o pinos, caminos a la orilla del río,…
¡Qué sencillo, qué natural y qué barato! Ponerse las zapatillas y salir corriendo.
Es una actividad que refuerza la voluntad y en la que se siente a la vez la animalidad y la espiritualidad. Los latidos del corazón, el sudor, el subir y bajar del pecho, las ideas que vienen y van. ¡La vida que corre!
Aunque últimamente una lesión de rodilla no me permite correr con regularidad, afortunadamente puedo subir al monte con mi perra o a las cumbres de Gredos con los amigos, andar por los caminos, por los paseos marítimos o callejear las ciudades. Todo sirve, lo importante es moverse, ver aquello desde aquí y esto desde allá, interiorizar la ley de la relatividad y tratar de llegar lejos y en buenas condiciones.