
IDEOLOGÍA
Llegué a la universidad de Zaragoza el año siguiente a la muerte de Franco. Asambleas y protestas estudiantiles, compañeros de piso mayores que yo, estudiantes de filosofía que se consideraban socialistas o comunistas. Y un ambiente liberal y represivo a la vez, con la presencia de grupos fascistas y terroristas que no acababa de entender. Tenía claro que mi pensamiento era de izquierdas, pero aunque fui a manifestaciones, a mítines y hablé con unos y con otros no quise encuadrarme o comprometerme con nadie. En las elecciones por la OTAN y en las primeras generales de la democracia preferí abstenerme; había leído algún libro de Kropotkin y de Bakunin y como a mí no me gustaba obedecer borreguilmente ni tampoco decir a nadie lo que tenía que hacer, me dio por pensar que era un ácrata, pero un ácrata independiente.
Cuarenta años después sigo sin encuadrarme en ningún partido ni ideología concreta, las pocas veces que he ido a las urnas ha sido para votar por la izquierda en aras del igualitarismo. Me da miedo que el capitalismo salvaje acabe esclavizándonos a casi todos, veo que con las nuevas tecnologías y los medios de comunicación a su favor lo tienen cada vez más fácil, y pienso que la democracia de partidos, con sus rivalidades y egoísmos le hace el juego a las grandes empresas.
En fin que, muy a mi pesar, soy pesimista con nuestro futuro a medio plazo, aunque aún me resisto a pensar que una especie tan inteligente como la nuestra sea incapaz de organizarse para luchar contra su propio egoísmo..
CREENCIAS
"El verdadero milagro no es andar sobre las aguas, sino simplemente caminar”
Este aforismo de Thich Nhat Hanh me gusta especialmente porque nos hace ver que pasamos la mayor parte de nuestra vida sin darnos cuenta de la maravillosa suerte que tenemos simplemente por estar vivos, por formar parte del milagro permanente que representa sentir, pensar y evolucionar dentro la asombrosa complejidad de una realidad inabarcable y sorprendente.
Desde los cinco a los ocho años estudié con las monjas del Sagrado Corazón de Jesús y después hasta los dieciséis en un colegio de padres franciscanos. Es decir, he estudiado el catecismo, rezado el rosario, ido a misa y demás costumbres y ritos de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, pero ya durante los últimos años escolares estaba convencido de que el misterio de la Santísima Trinidad, la vida eterna y demás letanías solo servían para manejar a la grey. Pensaba entonces que era ateo, aunque algo más tarde me di cuenta de que en realidad me consideraba agnóstico, puesto que negar la existencia de algo imposible de comprender tiene casi menos sentido que creer en ello.
Esa actitud filosófica me acompañó, y en realidad me sigue acompañando, hasta que a los 27 años un excompañero de universidad me habló con pasión de la meditación Zen. Al día siguiente en unos grandes almacenes me hice con un libro de Taisen Deshimaru y en una tienda de recuerdos cogí un bonito bastón de madera con los que me fui paseando tranquilamente hasta un parque cercano; allí, sentado en un banco, empecé a leer y sentí que aquellas palabras me descubrían algo que siempre había intuido: las mismas palabras no pueden transmitir más que una pequeña parte de la verdad y en muchos casos nos confunden el entendimiento porque no acabamos de admitir que la contradicción es algo tan natural para nosotros como la vida y la muerte. En ese libro se aconsejaba la práctica de la meditación como la mejor manera de despertar, de ser conscientes y de “sentir-comprender” el misterio de la vida. Desde entonces –hace ahora unos 34 años- no he dejado de meditar, a veces más, a veces menos. En la actualidad lo hago unas 2 veces por semana, en la postura del medio loto, en sesiones de media hora.
Espero seguir haciéndolo hasta el final de mis días, porque el zen ha sido para mí una estupenda válvula de regulación, que me ha dado la certeza de que no hay respuestas “verdaderas” y de que nadie puede llevarte de la mano por un camino del que formas parte y en el que para llegar lejos, o no llegar a ninguna parte, solo tienes que asomarte, con esfuerzo, al abismo interior que todos tenemos. El zen, y la meditación en general, es una joya de sabiduría que se conoce desde hace miles de años y que debe ser conservada y transmitida a las generaciones siguientes.
Tengo que mencionar también algunas partes de sutras y mantras que me transmitió durante años un monje budista Mahayana, que encontré en una cala de Menorca en un momento complicado de mi vida, y que recito todos los días en determinadas ocasiones.
Mi coctel de la fe, se completa con un sentimiento marianista, de fe en la Virgen María (ya os dije que no tengo ningún problema en asumir contradicciones) que simboliza para mí, no la típica imagen católica de la virgen con sus dogmas, sino ese espíritu maternal, femenino, de madre de todas las cosas, al que se recurre en casos de desvalimiento, cuando uno se siente pequeño, o en casos de agradecimiento por las cosas conseguidas, que al fin y al cabo no son más que regalos de la vida.
Tampoco quiero dejar de mencionar mi fe en el poder del sol, la luna y demás astros que con su presencia y sus ciclos influyen decisivamente en nuestras vidas; y en el poder de montañas, mares, árboles o ríos que están muy por encima de nuestra insignificancia. Es decir que, en cierta manera, soy también animista y panteísta.
Quizá pueda pensarse que mi sistema de creencias no es serio, pero en cualquier caso es el que por evolución natural, a través de lecturas, prácticas y vivencias he ido desarrollando y no pienso que sea más absurdo o menos aceptable que otros, que hablan de dioses omnipotentes y omniscientes y de vidas eternas (eso sí que es una contradicción) imposibles de imaginar y de comprender; y de pueblos elegidos, que desde una perspectiva histórica han sido el origen de incontables manipulaciones, divisiones y guerras en la humanidad.
En definitiva, podría resumir mi credo con la siguiente sentencia:
“No hay fe más auténtica ni más esquiva que la fe en los demás, es decir, en nosotros mismos, en la humanidad.”