
LA CASA
"La vida en el campo” es el título de un libro sobre autosuficiencia que leí en mi juventud. Estaba escrito por un idealista inglés y hablaba de la forma de organizarse para vivir de manera natural en una parcela de terreno no demasiado grande; estaba ilustrado con bonitos dibujos y lleno de consejos que invitaban a acercarse, o al menos a soñar, con el cultivo de productos agrícolas, la cría de animales y la fabricación de todo tipo de útiles artesanos para vivir bien sin perjudicar al medio ambiente.
En aquellos días leía muchos libros en esa línea: árboles y plantas, poesía, Herman Hesse, yoga, libros de astronomía o de energías renovables,… Si a eso le sumamos el haberme criado en un barrio periférico de Soria, cerca de frutales, campos de trigo y granjas de animales y le añadimos los buenos ratos pasados a la orilla del Duero, no es de extrañar que haya acabado viviendo en el campo.
Desde luego, muy lejos de la onírica visión que pudiera tener en mi juventud, y más lejos aún de la autosuficiencia, porque si bien es cierto que vivimos en una casa con energía solar, agua de sondeo, árboles, huerto, perro y gato, es igualmente cierto que sin los sueldos de funcionario no seríamos capaces de sobrevivir aquí.
Para nosotros y hasta el momento, la vida en el campo, a 2 km del pueblo, ha sido plenamente satisfactoria, y a pesar de que en muchas ocasiones exige esfuerzos suplementarios para desplazamientos, quitar nieve o cortar hierba por ejemplo, estos se ven sobradamente compensados por la tranquilidad y el contacto con la naturaleza, y por la sensación de estar donde a uno le corresponde y de ser un privilegiado.
Los que hemos tenido la suerte de buscar una ubicación, de imaginar y hacer dibujos preparatorios, de estar a pie de obra y de ayudar en la construcción, en la decoración y el mantenimiento de una casa en el campo, sabemos que ésta, es mucho más que una vivienda, es una espacie de escultura cambiante en la que se expresa la personalidad y la forma de resolver problemas de sus moradores.
El hogar, con su chimenea de leña, es como un segundo útero, con la particularidad de que lo hemos elegido y acondicionado a nuestro gusto y es a la vez nido, guarida y templo cotidiano. Además, para los que no pensamos repetir el proceso, es como un mausoleo desde el que iremos diciendo adiós al pasado, a la familia y a la vida.




EL HUERTO
El huerto enseña una verdad indiscutible: “con esfuerzo y conocimiento se obtienen frutos”. En el billar, la pintura, la música o en otros muchos trabajos o actividades se aprende también esta verdad, pero en el huerto podríamos decir que el aprendizaje es más directo. La suciedad, el sudor, la sensación de fatiga en los riñones y el contacto directo con la piel de nuestra madre tierra nos descubre y nos hace sentir la realidad de la geografía, la plástica, la educación física, la geometría, la biología, la historia, la filosofía, la tecnología …. Y todo ello de forma casi inmediata, espontánea y natural, eso sí, hay que poner voluntad y esfuerzo.
Como recompensa están las hojas que crecen, las raíces que engordan, los frutos que colorean y la satisfacción del cuerpo y del espíritu que con ellos se obtiene. En muchos casos es la necesidad, pero en otros es tan solo esa satisfacción la que nos empuja a volver a empezar: preparar la tierra, poner simientes o plántulas, quitar malas hierbas, etc.
Durante muchos años he plantado un modesto huerto ecológico (entre 50 y 100 m2), algunos tomates, cebollas, berenjenas, calabacines y pimientos. Suficiente para hablar del asunto con un mínimo de conocimiento y para obtener la compensación que me hace repetir el proceso al año siguiente. Es muy agradable y educativo ver crecer las plantas y ayuda a entender el funcionamiento de la naturaleza y nuestro humilde pero importante papel.
Debería ser asignatura obligatoria en colegios e institutos.



