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LITERATURA

Decía un profesor de química  que tuve en bachiller: “No hay que confundir el hambre con las ganas de comer”  que se podría trasladar aquí como: “No hay que confundir el arte culinario con la necesidad de cocinar ni la literatura con la necesidad de escribir”

Si incluyo aquí este apartado, no es porque me sienta capaz de hacer literatura sino por lo mucho que le debo.            Como explicaba Vargas Llosa en “La verdad de las mentiras”, a veces, los libros influyen en la vida tanto como la vida en los libros.

Aunque mi avidez como lector es moderada, entre 15 o 30 títulos al año, tengo que reconocer que la lectura me ha ido desbastando y que, a pesar de mi mala memoria,  algunos libros y autores se me han quedado grabados de forma indeleble  debido a  esos filtros especiales que utilizan y que permiten ver la realidad de manera distinta, haciéndola más variada, más rica.

Al igual que a los niños pequeños les entretienen, les calman, les estimulan y les enseñan los cuentos repetidos o inventados por sus mayores, a estos les sucede lo mismo con las historias y ocurrencias de sus semejantes.                         

El hecho de que una persona  nacida a cientos o miles de años y kilómetros de distancia, nos cuente lo que le apetezca, sin ninguna prisa,  convierte a la literatura en un bola de cristal mágica y maravillosa en la que se pueden ver los pensamientos de multitud de representantes de la humanidad, que nos animan  a reflexionar, a actuar o que simplemente nos divierten o entretienen.

A medida que tomo conciencia del paso del tiempo, y de las actividades que voy abandonando, tengo mayor apego a las que por sus características espero que puedan acompañarme hasta el final del camino, como es el caso del billar, de la música, el paseo y la lectura que se convierten entonces en una especie de alivio y de refugio para la vejez.

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